miércoles, 31 de agosto de 2016

Pequeño tesoro

Inesperado fue el momento en que al rozar tus labios comprendí que algo había cambiado. Afloraron sentimientos y el juego dejó de ser solo un juego. De desearte en mis noches empecé a buscarte en mis mañanas y tardes; vi que la luz del sol iluminaba tus mejillas como la luz de la luna tus pupilas. Como una ola imparable dejé que mi amor rompiera una y otra vez en tu boca, el que era tan puro al principio y parece tan desgastado ahora.

La pureza de tu mirada es lo único que no cambia, la blancura de tu alma, la ingenuidad de mi esperanza. Yo solo quiero que vueles libre, como deseas, con el anhelo de que algún día vuelvas, que no desaparezcas. Con el deseo de perderme nuevamente en las curvas de tu pelo, de dejarme atrapar una vez más por esos claros ojos negros. 

Tal vez si no tuviera que marchar, tal vez si confiara en que con el tiempo hay cosas que no cambian, sería capaz de vislumbrar en mi mente tu rostro con mayor alegría que nostalgia.

Mi pequeño tesoro que sin mirar atrás avanza, me lanza una fugaz sonrisa -atisbo tristeza y dulzura en su mirada-, sin vacilar se gira, y tras su partida comienza a brotar un mar de lágrimas.

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