Antes levantaba la mirada y solo veía
desolación. Un lento caminar, juego de luces y sombras ensombreciendo tu
presencia en la habitación. Lamentos al alba y al caer el sol acompañando tus
pasos como una triste melodía guiándote hasta donde hoy estás. ¿Dónde estás? Es
lo que al ver tu rostro me pregunto, cada vez que mi mirada trata de encontrar
la tuya, perdida en el gozo de un tiempo pasado, irrecuperable como tu
bienestar. ¿Dónde estoy? Te preguntas cada amanecer, desorientada entre el
calor de las sábanas, esas que hoy te ven y te sienten más que el mundo
exterior. Te hundes en ellas, pues no tiene sentido continuar, quizás un día lo
tuvo, y aún de vez en cuando lo tiene, pero cada vez con menor intensidad.
Ahora levanto la mirada y no veo nada.
Tus ganas de luchar se han extinguido con el fuego interno que se llevó las
cosas buenas del pasado, ínfimas cenizas vuelan ligeras en un subconsciente que
apaga la felicidad tan rápido como la prende. Ya no existe el resurgir
glorioso, ni siquiera el duradero. Hoy impera un permanente estado de vigilia
que se debate entre tu tristeza y nuestra alegría. Se hace imposible prevenir la guerra y mucho menos presagiar la paz. De repente todo estalla y la
batalla se prolonga haciendo de tu alma un campo de minas imposible de cruzar,
imposible de sanar.
Ahora agachas tu mirada al pasar. A
escondidas te debates entre la vida y la muerte y lo tratas de ocultar, pero te
descubro en cada intento y con suerte te rindes a mi súplica. Es una lucha
latente que a este cielo nevado ruego no vuelva a aflorar. No sé si aguantaré
otra más.
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